andreti
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Muchas felicidades para todos los amigos de Mountain Bike Uruguay!
Comparto esta nota de uno de mis escritores preferidos; me hace sentirme más cerca y extrañar un poco menos...

Haciendo boca
por Darwin Desbocatti
Odio diciembre, es el peor mes del año. La gente está sobregirada, pasada de rosca, ya sea para ir a comprar regalos, manejar, pagar facturas, llamar por teléfono: digita cualquier cosa en diciembre, la cantidad de llamadas equivocadas se triplica—, tomar, comer, saludar, abrazar, todo se hace con una exacerbación que mi frágil organismo no resiste. Es un mes en el que el estado de ánimo natural es el desborde y la euforia, individual y colectiva; ese clima general me da una mezcla de rechazo, miedo, y ganas de comprarme un rifle.
Diciembre es un mes hecho para los jóvenes, claramente. Cuando uno es joven puede andar a toda velocidad por la vida, disfrutando del calor con su cuerpo joven semidesnudo, su piel brillante y lozana apenas humedecida por el sudor, su actitud despreocupada, libre, irresponsable, estúpida, ingiriendo alimentos y bebidas poco saludables hasta altas horas de la noche, rodeado de otros jóvenes, socializando con cuanto grupo humano se le cruce, acumulando borracheras y comilonas con la seguridad de que al otro día su organismo ya habrá metabolizado la porquería y estará apto para una jornada igualita a la anterior. Odio a los jóvenes.
Cuando uno es adulto en etapa de deterioro se hace cada vez más difícil sobrevivir en medio de ese calor insano, se pasa la mitad del día sudando como un delfín en un 140 Portones y la otra mitad secándose el sudor que produjo durante la mitad anteriormente dicha. Diciembre es el mes del pegote, y no solo por el calor, casi todos los alimentos que se consumen en estas fechas traen su propia carga de pegote: el turrón pegotea, el calor derrite las partes de caramelo y ya sabemos de la tendencia del caramelo a aquerenciarse ahí en el entrededo, esa zona cartilaginosa inaccesible que nos genera la sensación pesadillezca de que vamos a tener toda nuestra vida los dedos pegoteados; el pan dulce lo mismo; pizza con la mano: pegote; chorizo con pan manoteado en una picada: pegote; ni hablar de la sidra, una bebida fabricada para generar pegote, no se le ha encontrado ninguna otra utilidad, está compuesta de esencia de manzana, burbujas y pegote. Cuando uno es joven no le importa el pegote (no le importa nada, bah, uno se siente inmortal, eterno, y el pegote es pasajero), pero a cierta edad el pegote perturba. El pegote, la bebida (alcohol y refrescos de a hectolitros) y la comida (básicamente carne y pizzas en cantidades ingentes) atacan el organismo adulto con saña, se necesitan tres o cuatro días para recuperarse de cada despedida, cualquier hora recortada del sueño golpea el cuerpo, la mente y la moral.
Y el ruido también golpea, todo hace más ruido en diciembre. La heladera hace más ruido que en cualquier otro mes, continuamente, solo se interrumpe unas tres o cuatro veces al día con breves intervalos de silencio, en general ocupados por el ruido del ventilador, como para que uno no se sienta solo. A menos que decida abrir la ventana para que corra algo de eso a lo que le llamamos aire (pero que claramente en diciembre no es aire, y no corre), y tener la fantasía de una brisa, ¡error! Uno termina viviendo como si instalara un sillón en el cantero de Av. Italia y Comercio, porque todo hace más ruido en diciembre: hay más bocinas, más alarmas, cohetes, grillos, tambores, taladros, motos, cruceros, camiones de la basura con espíritu navideño en busca de la propina de fin de año, vecinos que ponen música a todo volumen, viejas que les gritan a sus nietos para que no se escapen, autos que no les funciona bien la correa y andan chirriando pero no lo voy a llevar ahora al taller, barullo, excitación, euforia, alegría premeditada y prefabricada, amontonamiento, apuro, caos, eso es diciembre.
Y todavía faltan el 24 y el 31. Detesto diciembre. Felices Fiestas.
Comparto esta nota de uno de mis escritores preferidos; me hace sentirme más cerca y extrañar un poco menos...

Haciendo boca
por Darwin Desbocatti
Odio diciembre, es el peor mes del año. La gente está sobregirada, pasada de rosca, ya sea para ir a comprar regalos, manejar, pagar facturas, llamar por teléfono: digita cualquier cosa en diciembre, la cantidad de llamadas equivocadas se triplica—, tomar, comer, saludar, abrazar, todo se hace con una exacerbación que mi frágil organismo no resiste. Es un mes en el que el estado de ánimo natural es el desborde y la euforia, individual y colectiva; ese clima general me da una mezcla de rechazo, miedo, y ganas de comprarme un rifle.
Diciembre es un mes hecho para los jóvenes, claramente. Cuando uno es joven puede andar a toda velocidad por la vida, disfrutando del calor con su cuerpo joven semidesnudo, su piel brillante y lozana apenas humedecida por el sudor, su actitud despreocupada, libre, irresponsable, estúpida, ingiriendo alimentos y bebidas poco saludables hasta altas horas de la noche, rodeado de otros jóvenes, socializando con cuanto grupo humano se le cruce, acumulando borracheras y comilonas con la seguridad de que al otro día su organismo ya habrá metabolizado la porquería y estará apto para una jornada igualita a la anterior. Odio a los jóvenes.
Cuando uno es adulto en etapa de deterioro se hace cada vez más difícil sobrevivir en medio de ese calor insano, se pasa la mitad del día sudando como un delfín en un 140 Portones y la otra mitad secándose el sudor que produjo durante la mitad anteriormente dicha. Diciembre es el mes del pegote, y no solo por el calor, casi todos los alimentos que se consumen en estas fechas traen su propia carga de pegote: el turrón pegotea, el calor derrite las partes de caramelo y ya sabemos de la tendencia del caramelo a aquerenciarse ahí en el entrededo, esa zona cartilaginosa inaccesible que nos genera la sensación pesadillezca de que vamos a tener toda nuestra vida los dedos pegoteados; el pan dulce lo mismo; pizza con la mano: pegote; chorizo con pan manoteado en una picada: pegote; ni hablar de la sidra, una bebida fabricada para generar pegote, no se le ha encontrado ninguna otra utilidad, está compuesta de esencia de manzana, burbujas y pegote. Cuando uno es joven no le importa el pegote (no le importa nada, bah, uno se siente inmortal, eterno, y el pegote es pasajero), pero a cierta edad el pegote perturba. El pegote, la bebida (alcohol y refrescos de a hectolitros) y la comida (básicamente carne y pizzas en cantidades ingentes) atacan el organismo adulto con saña, se necesitan tres o cuatro días para recuperarse de cada despedida, cualquier hora recortada del sueño golpea el cuerpo, la mente y la moral.
Y el ruido también golpea, todo hace más ruido en diciembre. La heladera hace más ruido que en cualquier otro mes, continuamente, solo se interrumpe unas tres o cuatro veces al día con breves intervalos de silencio, en general ocupados por el ruido del ventilador, como para que uno no se sienta solo. A menos que decida abrir la ventana para que corra algo de eso a lo que le llamamos aire (pero que claramente en diciembre no es aire, y no corre), y tener la fantasía de una brisa, ¡error! Uno termina viviendo como si instalara un sillón en el cantero de Av. Italia y Comercio, porque todo hace más ruido en diciembre: hay más bocinas, más alarmas, cohetes, grillos, tambores, taladros, motos, cruceros, camiones de la basura con espíritu navideño en busca de la propina de fin de año, vecinos que ponen música a todo volumen, viejas que les gritan a sus nietos para que no se escapen, autos que no les funciona bien la correa y andan chirriando pero no lo voy a llevar ahora al taller, barullo, excitación, euforia, alegría premeditada y prefabricada, amontonamiento, apuro, caos, eso es diciembre.
Y todavía faltan el 24 y el 31. Detesto diciembre. Felices Fiestas.